El otro día expuse en un artículo larguísimo cuál era mi opinión sobre los problemas del actual sistema político español. Traté de clasificar estos problemas en cuatro categorías: aquellos problemas con los que tenemos que aguantarnos porque su cambio no depende de nosotros, aquellos que son inabordables para la ciudadanía española, aquellos que resultan decepcionantes por la impotencia para poder arreglarlos y aquellos donde se está abriendo el frente de reivindicación de los nuevos movimientos políticos: la reforma de la ley electoral y la legalidad de las maniobras partidistas en torno a los estatutos y la ley de partidos.
En esta segunda parte, antes que analizar las iniciativas en marcha, quiero hacer una parada en el camino y recordar el Discurso del Método de Descartes, para considerar las precauciones que el genial francés tomó antes de enunciar su inmortal discurso y ver en qué pueden serme útiles en mi propósito. Una vez hecho esto, el artículo queda abierto para tratar las iniciativas que conocemos y me gustaría que aquellos que quisieran incluyeran su propia experiencia y opinión al respecto.
Cuando todavía está delineando el marco de su ensayo, Descartes expone el método que va a emplear para conducir su razonamiento. En la segunda parte del Discurso, dice así:
"... Llegué a persuadirme de que no es verdaderamente probable que un particular se proponga reformar un Estado cambiándolo desde los fundamentos, y derrocarlo para reconstruirlo; ni tampoco reformar el cuerpo de las ciencias o el orden establecido en las escuelas para enseñarlas; pero que, respecto a las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, yo no podía hacer nada mejor que emprender de una vez la tarea de retirarles ese crédito, a fin de darlo después a otras mejoras, o a las mismas, cuando las hubiese ajustado al nivel de la razón."De partida, debemos admitir nuestro limitado papel en el transcurso de la historia, siempre que queramos comportarnos como ciudadanos libres e independientes. Aquel que pretende imponer su proyecto sobre un Estado es, en el fondo, un tirano. Para conseguir la democracia, ¿tendremos que pasar por una tiranía?
Hay más: ¿A qué precio se consigue el poder para reformar un Estado a nuestro antojo? No hablamos sólo de oro, sino de sangre; todo siempre en el ámbito de lo puramente especulativo, porque, no nos engañemos, ningún españolito de a pie es capaz, por más poderoso que sea el veneno de sus argumentos, de convencer ni a su quiosquero cuando de política se trata.
Descartemos esta idea, pero abracemos esta otra con fuerza: no podemos hacer nada mejor que juzgar lo que tenemos a nuestro alrededor, y esforzarnos por retirarle el crédito que no se merece. Es decir: esforzarnos en llamar a las cosas por su nombre.
"Los grandes cuerpos políticos de los Estados son muy difíciles de levantar, una vez abatidos, e incluso de sostener, si es que se bambolean, y sus caídas han de ser necesariamente muy duras. Además, por lo que se hace a sus imperfecciones, si es que las tienen, y su misma diversidad nos asegura ya que algunos en efecto las tienen, la costumbre, sin duda, las ha endulzado mucho, e incluso ha evitado algunas o ha corregido insensiblemente no pocas que la prudencia no habría podido remediar igual de bien. (...)Podríamos pensar que Descartes es un reaccionario por estas palabras, pero no hay más que leer su obra para comprender hasta qué punto sus planteamientos son un chorro de libertad. Era un hombre extremadamente sensato y con una lucidez envidiable, que, muy seguramente, prefería curarse de la censura y de los ánimos exaltados antes de correr la suerte de otros de su tiempo. Descartes no critica el genio de Montesquieu, sino la mediocridad de Godoy, y dice algo de una elocuencia innegable: las crisis hacen daño y el tiempo todo lo pule.
Por todo esto, no puedo aplaudir de ninguna manera a esos hombres de confuso e inquieto carácter que, sin ser llamados por su nacimiento ni por su fortuna a la administración de las cosas públicas, no dejan de hacer siempre de éstas, en idea, alguna nueva reforma. "
En nuestra situación, nos encontramos con que la costumbre no es capaz de maquillar las imperfecciones del Estado, quizás porque éste está en manos de esa gente de carácter confuso e inquieto que por méritos o capacidad no deberían dedicarse a la administración de las cosas públicas. Este Estado nuestro se agita como un puente mal construido, porque la mediocridad de sus rectores les obliga a hacer reformas donde no son necesarias para justificarse, porque su torpeza hace que el sostenimiento del Estado parezca caro e injustificado, porque a veces nos parece incluso que la casa se nos viene abajo, o que nos faltan paredes para protegernos de la injusticia. Podemos consolarnos pensando, como piensan 20 millones de españoles, que, después de todo, es el menos malo de los mundos conocidos, pero, aún con esto, esta realidad y sus artífices no se merecen nuestro aplauso.
"... Ya en el colegio había aprendido que no es posible imaginar nada tan extraño e increíble que no haya sido dicho por alguno de los filósofos, y habiendo reconocido después, en mis viajes, que todos los que tienen opiniones contrarias a las nuestra no son por eso bárbaros o salvajes, sino que muchos hacen tanto o más uso de la razón, y habiendo considerado como un mismo hombre, con su mismo espíritu, criado desde la infancia entre franceses o alemanes, se hace diferente de lo que sería si hubiera vivido siempre entre chinos o caníbales, y cómo, hasta en las modas de nuestros vestidos, lo que ha agradado hace diez años, y acaso nos agradará otra vez de aquí a diez años más, parece ahora extravagante y ridículo, de manera que lo que nos persuade es la costumbre y el ejemplo, más bien que un conocimiento cierto, y que, sin embargo, la multitud de votos no es una prueba que valga cuando se trata de verdades un poco difíciles de descubrir, porque es más verosímil que las haya encontrado un hombre solo que todo un pueblo, yo no podía escoger persona alguna cuyas opiniones me pareciesen preferibles a las de los otros, y me vi obligado a emprender yo mismo la tarea de guiarme."Ciertamente, debemos asumir una posición humilde para empezar: ni nuestras ideas son únicas, ni nuestras circunstancias son excepcionales, ni debemos esperar que nuestras propuestas sirvan para la eternidad. Por lo tanto, más nos vale alejarnos de quien se arroga de una autoridad inmerecida para aleccionarnos, o se sube al púlpito para moralizar sobre nuestras bajezas, o quien nos quiere vender el remedio contra todos los males. En general, vamos a dejarnos de tonterías y de engañarnos a nosotros mismos, pensando que podemos ser aquello para lo que no hemos nacido. En particular, si nos revienta que alguien quiera suplantar nuestra conciencia, evitemos ser la conciencia del pueblo o los salvadores de la patria.
"Todo eso fue causa de que yo pensase que era preciso buscar algún otro método que, comprendiendo todas las ventajas de aquellos (...) estuviese libre de sus defectos. Y como la multitud de leyes proporciona muchas veces excusas a los vicios, de manera que un Estado está mucho mejor regido cuando tiene pocas de ellas, pero muy estrictamente observadas, así, en lugar del gran número de preceptos de que se compone la lógica, yo creí que tendría bastante con los cuatro siguientes (...)Con esto ya está todo dicho. Lo siguiente es ver lo que tenemos a nuestro alrededor.
- Fue el primero no aceptar nunca como verdadera ninguna cosa que no conociese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que aquello que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.
- El segundo, dividir cada una de las dificultades que examinare en tantas partes como fuera posible y como requiriese su mejor solución.
- El tercero, conducir por orden mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.
- Y el último, hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que adquiriese la seguridad de no omitir nada."
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