Un paso más allá

No me había dado cuenta hasta ahora de la pereza que me produce escribir en campaña electoral. Arrastro una pesadez estomacal impropia de mis pocas primaveras, pero es una sensación persistente, que se agudiza cuando, de improvisto, se planta delante mía uno de tantos - demasiados - carteles de propaganda que empapelan mi ciudad. Tengo otro síntoma por culpa de este cólico partitocrático: se me arrugan las meninges cada vez que abro los blogs que sigo y sólo veo el eco machacón del mismo cuento, y me preocupa, no sólo por el fastidio para el cuerpo, sino porque me gusta pensar que la blogosfera es la última selva virgen; el último reducto de salud política.

Pero estos indeseables no respetan a nada ni a nadie. El mundo se encuentra transitoriamente dominado por la consigna y el grito maniqueo y es imposible hacerse el sordo durante mucho tiempo. Es inevitable: llevamos en pre - campaña casi cuatro años, y es lógico que ahora, cuando ya sí puede decirse abiertamente, el dilema parezca reducirse a votar o no votar (en contra de unos o de otros). Sin embargo, pase lo que pase el 9 de Marzo, sea bueno o malo para los amantes de la política - espectáculo o para la gente sensata en general, la vida seguirá su camino. Al 9 le seguirá el 10 y, detrás, todos los meses del año, hasta que una buena mañana de 2012 se complete otra vez el ciclo. Igual ocurre antes: quizás la corrupción haya llegado a tal extremo que ni el monopolio del ventilador mediático sea capaz de airear la podredumbre, quizás un señor aragonés o un señor andaluz, metidos a catalanista de toda la vida, deciden que esta "cosa" que ha sobrevivido a la osteoporosis moral de la partitocracia ya no aguanta el peso de sus egos, manías, obsesiones (y vergüenzas). No importa; nada de esto es realmente importante.

Hace mucho tiempo que la política profesional se desentendió de la realidad del pueblo español. Ni siquiera cuando los políticos invocan los "temas que interesan" o apelan al "sentido común" están hablando en nuestro idioma. No. Aunque sean gente honrada que trabaja ocho horas al día y se gana el pan como cualquier otro, sus negocios no corren el riesgo de quedarse sin clientes, no corren el riesgo de perder su puesto de trabajo; el banco jamás les embargará los bienes de su empresa si dejan de afrontar sus créditos y, en cualquier caso, siempre podrán pedir uno más grande para ir parcheando. No tienen la obligación de hacer bien su trabajo para mantener su cuota de mercado, no tienen que hacer sus cuentas con tranquilidad, exprimir cada minuto, sudar cada céntimo, cuidar a cada cliente, motivar a cada subordinado, medir cada palabra, mantener la coherencia en su discurso, responder por sus actos, en fin, asumir los compromisos y riesgos inherentes a la madurez. Les falta responsabilidad y les sobra capital: económico, caído del cielo por obra y gracia de la ley que ellos mismos se hacen, y humano, que brota a las puertas de sus sedes como si fueran champiñones, frescos y dispuestos a dejarse cocinar por cualquier enterado.

Definitivamente, los políticos no viven en el mismo mundo que nosotros. ¿Cómo podrían hablarnos de nuestros problemas; de cómo solucionarlos? Pueden, y de hecho lo hacen continuamente, precisamente porque, ante los políticos, nos comportamos como setas. No sólo es que parezca que somos de especies diferentes, sino que estamos varios peldaños por debajo en todas las pirámides que ha ido organizando la naturaleza (en la alimenticia, en la evolutiva...) y, sin embargo, este tinglado llamado "sociedad" se mantiene en pie porque aún hay gente que se despierta a las siete de la mañana y ni siquiera se plantea hacer algo distinto durante su jornada que ir al trabajo y cuidar a su familia.

Lo diré de otro modo: Si decidimos ir por el camino al trabajo aguantando a un imbécil engreído y achacoso, a un estúpido inane y petulante, a un señoritingo hipócrita y holgazán o a un fanático codicioso y retorcido es porque queremos que nos animen el camino; y ya está. Con la misma facilidad con la que quitamos la llave del contacto, queda cerrada la caja de grillos y con ella todas esas cabezas chillonas de ceños fruncidos y todos esos señores de lenguas venenosas y mirada altiva que se creen en posesión de la verdad. Con la misma facilidad con que doblo la última esquina antes de la puerta del trabajo, el panfleto de treinta páginas que me dieron al salir de mi casa queda reducido a las cuatro útiles para entretenerme en los ratos muertos del trabajo. Y toda esa historia patética de encuestas, banderolas, cuñas publicitarias, que si este tío es un tal y el otro es un cual... que lo aguanten los morbosos y los espectadores de lucha libre. Yo estoy harto.

Mi vida no cabe en una encuesta. No puedo expresar en una papeleta toda la rabia que siento por culpa de estos desgraciados. Arrastro una piedra de indignación ante la injusticia del mundo que están construyendo y, sin embargo, por respeto a la educación que mis padres me han dado, por respeto a mis conciudadanos y a lo que estos asquerosos representan ante ellos, si tuviera a uno sólo de ellos delante, no tendría más remedio que respirar hondo y hacer un amago de sonrisa. Cada vez que los menta en una conversación, acabo pensando lo mismo: que no hacen más que seguir el espectáculo, que tampoco ellos pueden tirar del freno de esta maquinaria a punto de descarrilar. Puedo entender muchas cosas, pero no esperen que me vaya a creer sus engaños.

Y es un engaño cruel reducir todo en la vida a votar a uno o a otro: mientras este par de pollos llamados Mariano y José Luis están ahora mismo cagados de miedo ante el inminente debate del Lunes, tengo una serie de preocupaciones en la mente que se agravan cada vez que me doy un paseo por mi barrio, cada vez que hablo con gente de mi edad de su trabajo, cada vez que me paro a pensar en el mundo en que vivimos. ¿Van a hablar de estos problemas? ¿Van a solucionarlos?

La respuesta a estas preguntas las sabemos desde hace mucho tiempo. Si no queremos pronunciarla es porque nos da miedo dar el siguiente paso, pero me temo que se está acercando el momento en que no hacerlo deje de ser una omisión para convertirse en colaboración. Amigos ciudadanos: lo que no hagamos por nosotros mismos, nadie va a hacerlo por nosotros. El debate de cara al 9 de Marzo no se centra en votar o no votar, sino en que razonemos sobre qué nos está pidiendo este país a nosotros, a cada uno de nosotros. A mí me habla de injusticia, de corrupción y de abandono: un abandono que no comenzó por los políticos, sino por nosotros mismos.

No podemos exigirle a nadie que limpie nuestras calles si no tenemos limpia la escalera de nuestra casa. Creo que se entiende lo que quiero decir. Por eso creo que debemos dar un paso más allá, atrevernos a evolucionar de este estado vegetativo, de champiñón doméstico y flojucho a ciudadano con los pies en tierra, devolviendo el mundo a sus legítimos dueños.

Espero, en poco tiempo, poder ilustrar esto que digo.

Hasta entonces,

manténgase despiertos.

Carta al presidente

Sr. Presidente,

le escribo desde la mayor preocupación, después de haber visto varias veces el intercambio de impresiones electorales que comparte usted con el Sr. Gabilondo tras su entrevista del otro día. Por si no lo recuerda, le pongo en situación: vino a decir usted, a una pregunta sobre los sondeos internos que manejaban, “que les conviene que haya tensión”.

Sr. Presidente de Gobierno: recuerdo, en la larga historia de los micrófonos impertinentes, comentarios dichos a destiempo, amplificados por el injusto artilugio hasta el escarnio, pero no había recordado ninguno que me hubiera preocupado. Hasta ayer, no eran más que gestos propios de esos pacientes de “incontinencia verbal” que, transitoriamente, vienen a ocupar su puesto y que, en cualquier caso, no hacían sino confirmar su falta de audacia. Pero usted, Sr. Presidente, se ha caracterizado durante estos cuatro años por el virtuosismo en el manejo de los tiempos, las formas y los gestos; usted ha hecho de la política un arte de filigrana. Podría pensar que no se trata más que de un traspiés, pero me viene a la memoria el incomprensible achaque que tuvo usted con el Sr. Ramírez y mi fe en su persona titubea: ¿Por qué se muestra patizambo ante la pluma, si es usted dueño de la lengua más fiera desde su púlpito? Usted ha sido el único presidente capaz de pedir perdón por un brindis al sol, el único que ha sacado a la luz la naturaleza política de ETA; usted ha apostado su valía a la carta de una negociación aventurada. Tiene usted agallas, señor. ¿Podría calmar usted mis temores?

No se lleve a engaño, Presidente. Fue usted presentado en la entrevista de marras como lo que es – primero, por su estatus presidencial y, después, por su condición de aspirante – y es claro y evidente que usted cumple su contrato – como usted honradamente dice – las veinticuatro horas y hasta el último día. Entiendo por tanto que usted, cuando habla de tensión, se refiere efectivamente al estado de impaciencia y exaltación entre sus adeptos: impaciencia, por las horas que faltan para acudir a las urnas, y exaltación de su presidencia, única e irrepetible. Pero sabe usted que nuestra lengua se presta con demasiada facilidad a los matices y que es hija de este pueblo marrullero y burlón. No se engañe pensando que toda España comprende lo que dice, pues sabe que hay muchos que no tienen oídos para escucharle y también sabe que estas palabras son como la hojarasca: poca cosa cuando se limpia, pero la mecha de un incendio cuando se deja correr. ¿Puede iluminar, Sr. Presidente, toda sombra de duda sobre lo que ha dicho?

Conforme se va acabando la legislatura, Sr. Zapatero, repaso el ábaco de mis alegrías y mis decepciones a propósito de su tarea ejecutiva (curiosa mezcolanza de palabras: que a los cuatro años de cargo en el poder ejecutivo se les llame “legislatura”) y, aunque podrá usted percibir mi cercanía hacia sus postulados por esta carta, he de decirle que el broche que le está poniendo usted a su andadura trastoca hasta cierto punto las cuentas que había estado haciendo. Quizás haya sido una legislatura marcada por la crispación, acotada por la verdad (pues empezó con nuestro actual Ministro de Interior exigiéndola y finaliza con usted empuñándola cual martillo pilón contra los “tiburones de madriguera” de esotra España) y quizás también haya estado sujeta al tórrido juego político y mediático como pocas, pero, siendo usted hombre de estado, sabe que corresponde, en esta lucha quijotesca contra la sinrazón, el ejercicio incondicional de la corrección fraterna que comienza con el ejemplo propio. Usted y su gente ha venido demostrando, hasta la fecha, un estilo aristocrático en este sentido y me congratulo por ello. Pero los gestos de estas últimas semanas me hacen dudar sobre sus gustos, aunque quizás sería pedir demasiado que coincidiéramos en un asunto tan peculiar. No sería esta reflexión más que una anécdota para mis soledades si no fuera porque, a raíz de ella, he venido a preguntarme si en realidad existe una discontinuidad en su figura, un guión invisible que separa a “José Luis Rodríguez” de “Zapatero” y hasta tal punto llega a plegar su figura que lo convierte – quintaesencia de la política – en un espejo: que da usted por la cara vista el reflejo que cada cual ve y, por la oculta, simple metal. Sólo le pido que me aclare esta pequeña duda: ¿Quién es usted, Sr. Presidente: es aquél que nos muestran las noticias, los mítines y la propaganda, es usted un genio de la lámpara, es usted el Mesías del socialismo del siglo XXI?

Se lo pregunto con total inocencia y sin afectación, porque si en realidad siente usted que el dedo de la Superestructura histórica le ha tocado y que se despeja el camino para la transformación definitiva de esta sociedad anquilosada y pendenciera, no quisiera menos que animarle a que deje de dar entrevistas a quien mal le quiere y cerrar a los lenguaraces resentidos que porfían por su caída, acelerando así el progreso imparable. Pero si siente usted que todavía necesita confraternizar con el enemigo, asido al brazo fuerte del Partido para calar entre los agnósticos, apoyado en quienes han depositado en usted sus esperanzas para lograr así el cambio del Sistema desde dentro y desde arriba, le deseo honestamente que recupere usted prontamente la salud oratoria y que se cuide usted el talante, que buena falta nos hace.

No quisiera despedirme sin pedirle encarecidamente que recuerde usted en sus meditaciones a todos los socialistas que sufridamente ven la vida pasar bajo el sol de su mandato a su mayor gloria; muy en particular, me acuerdo ahora de Emilio Pérez, que tanto sufre por culpa del nacionalismo excluyente y fascista que algunas tardes viene a incordiarle.

Que Dios le guarde a usted muchos años.

Apología de la No Violencia


El primer principio de la acción no violenta consiste en no cooperar con cualquier cosa que sea humillante.

Los responsables de nuestra sujeción no son tanto los fusiles británicos como nuestra colaboración voluntaria.

Una revolución no violenta no es un programa para la toma del poder. Es un programa para la transformación de las relaciones, de modo tal que se desemboca en una transferencia pacífica del poder.

Los hombres se encuentran ante una encrucijada: tienen que elegir entre la ley de la jungla y la ley de la humanidad.


La no violencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su alcance. Es más poderosa que el arma más destructiva inventada por el hombre. La destrucción no corresponde en nada a la ley de los hombres. Vivir libre es estar dispuesto a morir, si es preciso, a manos del prójimo, pero nunca a darle la muerte. Sea cual fuere el motivo, todo homicidio y todo atentado contra la persona es un crimen contra la humanidad.

Sé que el progreso de la no violencia es aparentemente un progreso muy lento. Pero la experiencia me ha enseñado que es el camino más acertado para una meta común.

Es injusto todo orden económico que ignore o que desprecie los valores morales. El hecho de extender la ley de la no violencia al terreno de la economía significa nada menos que considerar los valores morales en la fijación de las reglas del comercio internacional.

Adoptar el principio de la no violencia obliga a separarse de toda forma de explotación.


No hay ninguna valentía mayor que la de negarse hasta el fin a doblar la rodilla ante un poder terrenal, sea cual fuere su grandeza, haciéndolo sin agresividad alguna, con la fe cierta en que es el espíritu - y sólo él - lo que vive.

...La humanidad no puede librarse de la violencia más que por medio de la no violencia. Sólo el amor es capaz de vencer al odio. Responder al odio con el odio equivale a agravar más todavía sus efectos.

Diariamente pagamos un precio muy elevado por el error inconsciente que hemos cometido al confundir la resistencia pasiva con la no violencia.

La no violencia es la ley de nuestra especie, por la misma razón que la violencia es la ley de los brutos. En el hombre brutal todavía no se ha despertado el espíritu: no conoce más ley que la fuerza física. La dignidad humana exige que el hombre se refiera a una ley superior que haga vibrar la fuerza del espíritu.

No se puede ser genuinamente no violento y permanecer pasivo ante las injusticias sociales.



¡Viva la Democracia!
¡Viva la Libertad!
¡Viva la No Violencia!

Inmigración: Políticos descocados

A falta de unas semanas para las elecciones, los políticos andan como drogados por el solar patrio, dando bandazos de un lado a otro, no tanto por la cantidad de kilómetros que recorren al día como por el repertorio de "brillanteces" que están dando y la muestra continua de respeto al contrario, seriedad en su oficio y claridad en general, tanto en sus intenciones manifiestas como en su discurso público.


La última pistonada de la olla a presión popular ha soltado por la pesa una nube densa que ha ocupado rápidamente la "chabola electoral". Como en esto de los gustos no hay un canon, a algunos se les antoja que el potaje de los populares va bien condimentado, a otros les huele mal y a unos terceros les ha dado fatiga con sólo acercarse. Mal asunto, no porque nos demuestre una vez más que los políticos no están por ponerse de acuerdo ni en los temas esenciales, sino porque añade otro punto a favor de esa cultura política que se está imponiendo en este país de anular al contrario hasta cuando pida la hora.

Por una ocasión - y sin que sirva de precedente - el PP ha tomado la iniciativa trayendo al espacio público un asunto de debate que realmente preocupa a los ciudadanos, tal y como demuestran los últimos datos del sondeo del CIS. Analistas de diferentes ámbitos (ver [1] y [2]) coinciden en ubicar los referentes de la propuesta de "contrato" para inmigrantes en el modelo francés, pero creo que lo más interesante de la noticia es buscar, más que los antecedentes, los efectos sobre el discurso electoralista, no con el objeto de expresar una postura frente a la cuestión (para eso pueden disfrutar de la brillante argumentación de Luis Gómez), sino hacer un pequeño análisis sobre el grado de neurosis y engreimiento al que están llegando los políticos en este país.

Este recorrido comienza en Vistalegre, donde el Presidente de Gobierno y candidato a la reelección ha pedido perdón a los aludidos por la propuesta electoral. Es curiosa la reacción ante algunas palabras tabú por parte de los progresistas: desde una arrogancia farisea que contempla la vida posmoderna como un mérito propio, se sienten autorizados para consentir ciertos debates históricos negacionistas, dispuestos a relativizar la represión de los derechos humanos en ciertas civilizaciones afectas y sin lugar a dudas en una posición superior respecto a sus adversarios ideológicos; de ahí que ejerzan activamente la "tolerancia" con ellos. Sólo de ese modo puede comprenderse cómo ha calado en la sociedad la sensación de preeminencia moral del discurso progresista, base fundamental de lo que ha venido en llamarse "dictadura de la corrección política" y que, a todos los efectos, no es más que un aggiornamento de las estructuras de dominación cultural que los mismos Nietzsche y Marx criticaran en su momento, cada cual a su manera.

Veámoslo desde otra perspectiva: si tenemos en cuenta que IU en su "hoja de ruta para las elecciones" apuesta por la elaboración de un "plan estratégico de integración de los inmigrantes para una convivencia ordenada de mutuo respeto y con sujeción a derechos y obligaciones" (25 puntos para trazar una línea roja y verde; punto 23) y que el propio PSOE ya que en su programa electoral para el 2004 prometía la redacción de un "Estatuto para la integración de los inmigrantes" (Programa Electoral '04. Página 124), ¿resulta molesta la propuesta por inoportuna, por impertinente; resulta repulsiva por el fondo, por la forma? ¿Pero estamos juzgando la propuesta o a quien la propone? En cualquier caso, aceptando que la distancia ideológica entre unos y otros es insalvable, asumiendo que la inmigración es un tema que se presta a la polémica y que arrastramos una legislatura ruda, ¿de dónde procede la autoridad moral del presidente para evaluar que tiene que pedir perdón a nadie y de paso soltar una guantá sin manos a su adversario?

Por un lado, al Presidente le desautorizan sus propias determinaciones: Él mismo ha supeditado la verdad a la búsqueda de una paz consistente en la ausencia de víctimas, luego si las leyes que propone el PP sirven para que no haya más víctimas en el Estrecho, entonces no debería pedir perdón.

Por otro lado, debilita su postura el proceso de convergencia institucional que los países europeos están protagonizando en materia de movimientos migratorios y, muy a su pesar, el hecho de que ninguno de los puntos que incluye la propuesta de contrato va contra la Convención Internacional de la ONU (me remito a los artículos 8.1, 13.3, 22.2 y 34) ni contra el artículo 13 de la Constitución, en el cual se garantizan para los inmigrantes las libertades públicas de su Título Primero en los términos que establezca la Ley.

Cabe preguntarse entonces, vistos los antecedentes, qué mecanismo permite que una oposición ideológica comprensible, respetable y necesaria se convierta en argumento suficiente como para articular la reprobación pública subyacente en el gesto del Presidente. Debe ser un mecanismo asumido por una porción significativa de la población, no porque los correligionarios de Zapatero hayan bramado contra el PP llamándole lo mismo de siempre - lo que era de esperar -, sino porque el propio Partido Popular ha cambiado el tono de su discurso, pasando de hacer pedagogía a criticar a quienes le han criticado, renunciando a debatir sus ideas y entrando en un debate cargado de prejuicios y arquetipos ideológicos donde cualquier buen oficio e intención acaba varado.


A lo largo de la legislatura, se ha criticado a la oposición por no mantener una postura coherente. De un lado, el gobierno y sus adláteres han criticado su falta de adhesión, tachándolos de "poco demócratas" (dando por supuesto que ellos si están más cerca de la democracia); de otro lado, se ha criticado su falta de dureza y, al mismo tiempo, el contubernio con supuestas figuras mediáticas que pretendían polarizarlo ideológicamente. La impresión que tengo del PP es la de un partido de paso corto, conservador en sus principios y sus modos, incapaz de hacer frente a la estrategia mediática del PSOE porque no cabe en sus esquemas mentales, que sólo por sus poros más "cañís" ha dejado escapar "la esencia del torito bravo" que tanto coraje da y tan malos resultados electorales cosecha. En esta ocasión y hasta ayer, había contrapuesto la serenidad y el buen oficio político a la canallesca y la palabrería huera y por un momento llegué a ilusionarme, pensando que a una propuesta con la que discrepaba se iban a suceder naturalmente las de los demás partidos, fomentando una competencia real por el voto, pero no ha sido así. Nuevamente, el buen trabajo de oficina se ha visto reducido a nada por un mal trabajo de comunicación.

Aciertan, en mi opinión, los del diario Público al hacer un análisis sobre las convicciones que connota la propuesta de los populares. También hacen bien al complementar este aluvión de información con la opinión de los implicados: al menos en dos periódicos se les ha preguntado (La Vanguardia y El Mundo) y parece que la opinión general es contraria a la propuesta. Abundar en esta línea resulta enriquecedor para el debate, porque, no lo olvidemos, la vida sigue después del 9 de Marzo, e independientemente de lo que se esté diciendo ahora, la inmigración es un tema trascendental de cara al futuro.

Pero no habrá tal debate: Los políticos están descocados, ciegos en su campaña. Tienen un cheque cargado de millones y un equipo de asesores echando humo por las orejas. Hacen cientos de kilómetros, viven en tensión constante entre mítines y entrevistas, forzando la sonrisa y manteniendo el porte. ¿Cuántas tazas de café? ¿Cuántos cigarros son necesarios? Es imposible mantenerse mentalmente en equilibrio a ese ritmo. No da tiempo a razonar, a asimilar todo lo que está ocurriendo. Cada mañana, junto a los churros, una nueva encuesta, décimas arriba y abajo y un intervalo de confianza. Estos esclavos del electorado se sacrifican porque, mediante autosugestión, han llegado a asumir que son los mejor preparados para gobernar los designios de este país. Van desgranando sus propuestas, buscando el efecto y dejando para más adelante el contenido. Corren vertiginosamente en dirección contraria a la realidad, pero todo está bien, porque unos hacen palmas con las orejas y otros abuchean, pero nadie se para a preguntarse qué es lo que están diciendo.

Ayer, el PP cometió la torpeza de llamar a la cosa "contrato". Pues bien, dice la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares en su art. 20:

    1. Ningún trabajador migratorio o familiar suyo será encarcelado por el solo hecho de no cumplir una obligación contractual.

    2. Ningún trabajador migratorio o familiar suyo será privado de su autorización de residencia o permiso de trabajo ni expulsado por el solo hecho de no cumplir una obligación emanada de un contrato de trabajo, a menos que el cumplimiento de esa obligación constituya condición necesaria para dicha autorización o permiso.
Y luego, en el 31:
    1. Los Estados Partes velarán porque se respete la identidad cultural de los trabajadores migratorios y de sus familiares y no impedirán que éstos mantengan vínculos culturales con sus Estados de origen.

    2. Los Estados Partes podrán tomar las medidas apropiadas para ayudar y alentar los esfuerzos a este respecto.
Fin de la polémica. Todo lo demás son interpretaciones y juicios interesados.

Al margen, cuestionándonos, el fenómeno de la inmigración: el espejo donde debe mirarse España, a pesar de los políticos.

El por qué de la crispación

Lo dice Platón en La República, a propósito del tirano:

Sócrates: - Veamos ahora cuál es la felicidad de este hombre y la del estado que le sufre.
(...)
- Por lo pronto, en los primeros días de su dominación, ¿no sonríe graciosamente a todos los que encuentra, y no llega hasta decir que ni remotamente piensa en ser tirano? ¿No hace las más pomposas promesas en público y en particular, librando a todos de sus deudas, repartiendo las tierras entre el pueblo y sus favoritos y tratando a todo el mundo con una dulzura y una terneza de padre?

Adimanto: - Es natural que empiece de esta manera.

- Cuando se ve libre de sus enemigos exteriores, en parte por transacciones, en parte por victorias, y se encuentra seguro por este lado, tiene cuidado de mantener siempre en pie algunas semillas de guerra, para que el pueblo sienta la necesidad de un jefe.
- Así debe ser.
- Y sobre todo, para que los ciudadanos, empobrecidos por los impuestos que exige la guerra, sólo piensen en sus diarias necesidades, y no se hallen en estado de conspirar contra él.
- Sin contradicción.
- Y también hace esto para deshacerse de los de corazón demasiado altivo para someterse a su voluntad, exponiéndolos a los ataques del enemigo. Por todos estas razones es preciso que un tirano tenga entre manos algún proyecto de guerra.
- Sin duda.
Aquí lo tenemos, dicho con total claridad. Pero la reflexión sigue, porque, obviamente, sobre las acciones del ambicioso gobernante también domina la causa y el efecto.
- Pero semejante conducta no puede menos que hacerle odioso a sus súbditos.
- (...)
- Y algunos de los que contribuyeron a su elevación, y que son los que, después de él, tienen mayor autoridad, ¿no hablarán entre sí con mucha libertad de lo que pasa, y los más atrevidos no irán hasta quejarse a él mismo?

- Parece que sí.
- Es preciso que el tirano se deshaga de ellos, si quiere reinar en paz; y que sin distinguir amigos de enemigos, haga que desaparezcan todos los hombres de algún mérito.
- Es evidente.
- Debe ser muy perspicaz para distinguir los que tienen valor, grandeza de alma, prudencia y riquezas; y es tal su fortuna, que se ve obligado, quiera o no quiera, a hacer a todos la guerra, y tenderles lazos sin tregua hasta que haya purgado de ellos al estado.
Como consecuencia de esto, aparece la guardia:
- ¿No es claro, que cuanto más odioso se haga a sus conciudadanos a causa de sus crueldades, tanta más necesidad tendrá de una fiel y numerosa guardia?

- Sin duda.
(...)

- Estos nuevos ciudadanos le admiran y viven con él en la más íntima familiaridad, mientras que los hombres de bien le aborrecen y huyen de él.
(...)
- (Pero) veamos cómo podrá proveer al sostenimiento de su preciosa y numerosa guardia, renovada a cada momento.
- Es evidente que comenzará por despojar los templos, y mientras dure la venta de las cosas sagradas y le produzca lo suficiente, no impondrá al pueblo grandes contribuciones.
¿Y qué pasa cuando la "masa silente" abre los ojos?

- Entonces vivirán con los bienes de su padre, él, los suyos, sus convidados, sus favoritos y sus queridas.
- Entiendo; es decir, que el pueblo, que ha engendrado al tirano, le alimentará a él y a los suyos.
- Así tendrá que suceder.
- Pero si el pueblo se cansase al fin y le dijese que no es justo que un hijo ya grande y fuerte sea una carga para su padre; que, por el contrario, a él le toca procurar el mantenimiento a su padre; que al formarle y educarle, no ha sido su ánimo que se convirtiera en dueño de cuanto fuera grande, ni ser el pueblo esclavo de sus esclavos, ni alimentarle a él y a esa muchedumbre de extranjeros que le rodean; que lo que se propuso fue solamente libertarse por su medio del yugo de los ricos y de los que se llaman en sociedad hombres de bien; ¿no deberá en este concepto mandarle a que se retire con sus amigos, con la misma autoridad que un padre arroja de casa a su hoja con sus compañeros de libertinaje?
- Entonces, ¡por Zeus!, el pueblo verá qué hijo ha engendrado, acariciado y encumbrado, y que los que intenta arrojar son más fuertes que él.


PD: No dejen de visitar los vídeos del post!
> Entrevista a Hermann Tersch en Periodista Digital.
> Respuesta de Zapatero a una pregunta ciudadana sobre crispación.
> Respuesta de Rajoy a una pregunta ciudadana sobre crispación.

Un apunte sobre el valor del voto

Quería hacer un apunte personal sobre el voto, de cara a las próximas elecciones (que, para mí, serán dobles: nacionales y autonómicas).

Lo primero que quiero reclamar es la privacidad de mi voto frente a todos aquellos que, desde los medios corporativos o sus propios medios, atizan la conciencia ajena para comprar el voto o, al menos, arrancarnos el compromiso moral de no vendérselo al contrario. En general, me rebelo frente a todo aquel que se dedica en sus ratos libres a jugar al rasca y gana con nuestras intenciones a golpe de encuestilla, mensaje subliminal y apelaciones de índole ideológico - moral.

A veces tengo la impresión de que, debajo de todo este entramado político, se esconden los mismos miserables que ahogan el hecho religioso: dogmáticos, fariseos, proselitistas e iluminados. Frente a todos ellos, reivindico mi derecho a permanecer insumiso (más que indeciso) frente al cloqueo del poder y el abatanado mediático al que nos vemos sometidos. Para que quede todavía más claro: estoy en mi derecho de ejercer el voto si lo considero oportuno y, también, de no hacerlo si tengo mis razones, porque, señores, mi voto es privado y libre. Quien piense que votar es una obligación ciudadana, debería obrar, en coherencia, ayudando a las viejitas a llevar el carro de la compra por la calle y defendiendo al conciudadano que está siendo desvalijado a punta de navaja a su paso. Quien esté libre de pecado, que tire el primer comentario.

Digo todo esto porque, después de analizar la oleada de encuestas que han salido esta semana, me queda el resquemor de no saber cómo es posible que una encuesta sobre 4.009 personas sea representativa de la opinión de los... ¿cuántos, más de 30 millones de españoles llamados a las urnas? Conozco suficientemente la teoría de pequeñas muestras y la teoría de inferencia, pero me resisto a creer que 30 millones de españoles quepan en un sistema que asume que todos somos iguales, que nuestro comportamiento no va a verse significativamente alterado y que efectivamente somos sinceros a la hora de responder a las preguntas que se nos plantean. Pero hay más: como ciudadano, me rebelo ante cualquiera que se crea capaz de extraer de una muestra del 0'014% de la población total y a dos meses vista, el signo de voto de todo el país, y menos con el clima de inestabilidad política, social y económica que vivimos. Más bien, creo que se trata de una frivolidad que está justificada porque también los periodistas tienen que ganarse el pan, pero que no aporta información veraz, sino - y es lo que me fastidia del asunto - causar algún efecto en los lectores.

La encuesta que, en particular, más coraje me ha dado, no sólo comentaba la tendencia de voto, sino que incluía un análisis de las posibles "fugas de voto" de un partido a otro o a la abstención. Es decir, que a estas alturas, en un contexto en que las encuestas realizadas por unos y otros empiezan a converger en sus resultados, estamos ya hilando fino para saber a qué moscardones tienen que apuntar los cañones durante la campaña electoral. Yo me pregunto: "leches, si una encuesta sobre el 0'014% de la población tiene un error en sus resultados (con una seguridad del 90%) de +/- 1'3 puntos, ¿en qué se gastan los millones en campaña, en eliminar ese 10% de incertidumbre?". Dicho de otro modo: "¿9 de cada 10 españoles son zombis políticos, los políticos lo saben y se aprovechan de ello?". Las encuestas y los guerrilleros de las ondas parecen verlo de ese modo, y parece que las intenciones más honestas, sencillas y concretas van a quedarse otra vez en el armario, mientras los políticos y demás polichinelas echan gasolina a la fogata patria.

No querría llevarme a engaño con el valor de mi voto. Las encuestas no sólo me dicen que "ya está tó el pescao vendío", sino que además, desde el punto y hora que los políticos prefieren los "estudios de campo por cuenta ajena" a poner el pie en la calle y palpar el ambiente, debe ser cierta la tesis de que la masa en la que estamos incluidos es previsible y maleable. Frente a esta mentalidad del poderoso, está la de aquellos que creen que los partidos son el medio de participación ciudadana en el sistema: animosos y creativos, se lanzan a la creación de plataformas y candidaturas con propuestas magníficas que, lamentablemente, se ven ahogadas por la falta del oxígeno mediático o acaban muriendo de hambre porque no tienen ni para mantenerse. Son las señas de identidad de un sistema mal montado y peor administrado, cuya peor característica no es una ley electoral que ya no convence a nadie, sino el tráfico de influencias y subvenciones que mantiene amarrados todos los cabos en una compleja red partidista.

¿Y qué hay de lo nuestro? Pues creo que las elecciones han acabado por convertirse en la "misa de domingo" de la "democracia" y lo nuestro viene a ser como "comulgar". Lo diré de otro modo: las elecciones me parecen más una ceremonia de adhesión comunitaria que el rito original de la democrática al que debieran parecerse. Desde el punto y hora que incluso las dictaduras más largas y represivas han usado el voto para su legitimación, no deberíamos esperar de las elecciones más que la oportunidad de hacer un pequeño corte de manga a los poderosos, aunque ya se sabe que los políticos tienen inhibida la capacidad de ruborizarse y que el sistema político heredó del anterior la tradición de no dimitir ni por vergüenza torera.

Quizás no nos demos cuenta de lo complicado que resulta todo: habrán pasado cuatro años cuando volvamos a las urnas el 9 de Marzo. Para ese momento, habré votado unas cuatro veces, es decir, habré dedicado unas... pongamos 7 horas de mi vida en participar (o no) en el sistema, pero habrán pasado 4 años completos. ¿Se supone que, en 7 horas, he cumplido mis obligaciones con mi país, con mis conciudadanos o con mi futuro? ¿Puedo quedarme tranquilo después de la liturgia electoral; ya estoy redimido de todo esfuerzo y salvado de toda preocupación ciudadana? ¿He de abandonarme al misterio de la transmutación de la papeleta en tapicería oficial y del escrutino en escaño?

Yo no puedo verlo así: cuando pasen 4 años, con ellos se habrán ido 1.460 días, con sus 35.040 horas. Si quitamos a éstas las horas que necesito por el hecho de ser humano para descansar y demás, aún así me quedarían unas 14.016 horas en las que he vivido inevitablemente - como ser político que soy - rodeado de noticias, conversaciones y acontecimientos que, de algún modo, condicionan mi vida ahora y a futuro. De esas horas, lógicamente, muchas habrán sido para mis obligaciones; pongamos que el 80%: aún así, me quedarían 2.803 horas libres, en las que podría, al menos por un rato, haber pensado un poco en mi vida, en mi ciudad y en mi país. Quizás, de esas horas libres, dedicara un mísero 1% a pensar en qué debería hacer yo como ciudadano, ante los acontecimientos y circunstancias que vivimos. Estaría hablando de 28 horas, es decir cuatro veces más tiempo que el que he dedicado a pensar en el sentido de mi voto e ir a dejar la papeleta o amarrarme al sofá para no salir corriendo arrepentido.

¿Qué he hecho yo con esas 28 horas? Haciendo un poco memoria, las he invertido en lo siguiente:

  1. En asistir a la multitudinaria manifestación del 12 de Marzo de 2004, en la que sólo pude andar unos 500 metros porque a esa altura los políticos ya habían llegado al final, luego el millón largo de sevillanos que estábamos en la calle ya podíamos recogernos.
  2. En votar el 2004 contra el PP, con el resultado que todos conocemos.
  3. En votar contra la propuesta de Constitución Europea en el único distrito sevillano que fue criticado por Pepe Blanco tras la consulta.
  4. En abstenerme en el referéndum para el Estatuto de Andalucía, pensando que una masiva abstención (que no despiste ni ausencia) serviría para alarmar a los palmeros. ¿Alguien recuerda el porcentaje de abstención?
  5. En votar en las municipales al programa político que más me ilusionó, con el resultado de que mi voto se acabara yendo por el retrete.
  6. En escribir correos sin respuesta: a mis senadores, al Lehendakari, al Presidente de la Junta de Andalucía, al Secretario General del PSOE, a la librería del Congreso de los diputados...
  7. A participar en propuestas políticas: desde un carta remitida al PP ante su congreso general (en 2005, creo) hasta participar en la formación de grupos ciudadanos como Ciudadanos por la Democracia.
Si tuviera que condensar estas experiencias en mi decisión ante las inminentes elecciones, desde luego que me quedaría en mi casa. Mucho más cuando, como he dicho, creo que toda la farfolla electoral y tanto apaño para el "reparto de la tarta" son colesterol en vena para esta insana democracia. Pero no es así: mi apunte personal, de cara a las próximas elecciones, es que me gustaría que cada persona reivindicara con orgullo el valor de su voto y ejerciera su voto con madurez y soberanía. Así que, todos aquellos que piensan que este sistema apesta, que no son masoquistas y que pasan de ver cómo se ningunea su voto, los que sienten que no pueden menos que manifestar su asqueo del ambiente viciado con un voto higiénico y los que han encontrado a la vejez una ilusión política a la que aferrarse, en definitiva, ese 10% de la población que inquieta a los encuestadores, politólogos y amigos, tiene todo mi respeto y consideración y a todos ellos les deseo que algún día vean cómo reina la decencia, la honestidad y la ilusión en política, en lugar de las encuestas de opinión y los trapicheos entre partidos.

Pero - y aquí pongo punto y final a esta reflexión -, yo no puedo condensar en un voto todas mis preocupaciones, ni resumir la motivación y el fruto de mis esfuerzos en un boleto o un gesto de rebeldía. Es que tampoco quiero. Los próximos 4 años de mi vida, con sus 1.460 días y sus más de 30.000 horas serán cruciales para mí, porque será en ellos en los que termine mi carrera, me incorpore al mundo laboral, en los que maduren mis proyectos personales y probablemente en los que por fin pueda emanciparme. Todo ello sucederá en un contexto que, a día de hoy, se antoja inestable en todos los ámbitos salpicados por la política. Embarcado como estoy en un país cuya nave, independientemente de la robustez de sus palos, hace años que anda sin rumbo en educación y cohesión social, me preocupa y mucho cuáles serán las circunstancias que me envolverán en los próximos años y, mucho me temo, gobierne quien gobierne sentiré un profundo resquemor y una sensación creciente de incomprensión, de desamparo y de desencanto con respecto a la clase política. Tendré que desayunar todas las mañanas con la misma mala leche y salir con la fresquita a aguantar la frustración de una ciudad congestionada, sucia y en ocasiones inhóspita, empapelada en consignas, alimentada de buenas intenciones avinagradas hasta lo insufrible, de buenismo, de hipocresía y mucho rebujito para esconder la crueldad del orden social y la injusticia inherente que nace de nuestro sistema político, gobernada por gente con ambiciones egoístas, una pobre formación y mucha caradura, rajados por los años hasta convertirse en sombras y reflejos aumentados de sus propios enemigos, fantasmas de sus ilusiones juveniles.

Creo que en los próximos 4 años tendré que dedicar más de 28 horas a cuidar de mi ciudad y de mi país, porque me estoy jugando los cuartos. Y creo que toda la gente crítica, autónoma y lúcida que queda en este país debería hacer lo mismo. Ésa sí que sería una elección en la que ganaríamos todos los ciudadanos, estoy convencido.

Los obispos toman partido por SAin!

Dice el punto tercero de la orientación de los obispos:

"Respetamos a quienes ven las cosas de otra manera. Sólo pedimos libertad y respeto para proponer libremente nuestra manera de ver las cosas, sin que nadie se sienta amenazado ni nuestra intervención sea interpretada como una ofensa o como un peligro para la libertad de los demás. Deseamos colaborar sinceramente en el enriquecimiento espiritual de nuestra sociedad, en la consolidación de la auténtica tolerancia y de la convivencia en el mutuo respeto, la libertad y la justicia, como fundamento imprescindible de la paz verdadera"
Desde esta óptica, me aproximo a la nota emitida por la Conferencia Episcopal con motivo de las inminentes elecciones. Me parece un asunto importante, porque, a tan sólo 24 horas de la publicación, ya podemos ver el nubarrón que se está formando.

Y es que, como podemos ver en otromundoesposible, los medios lo han entendido cada uno a su manera y todo hace prever que los partidos políticos harán lo mismo. Ante esta situación, sólo cabe dirigirse a la instrucción pastoral para ver qué nos cuenta.

Esquemáticamente, extraigo lo siguiente, a partir del punto 4º:
  1. A los cristianitos nos toca luchar por lo que queremos y para eso hay que ser coherentes. Pues estoy de acuerdo.
  2. La calidad y exigencia moral de los ciudadanos en el ejercicio de su voto es el mejor medio para mantener el vigor y la autenticidad de las instituciones democráticas. Sin lugar a dudas.
  3. Defensa de la vida y promoción de la familia, sí o sí. ¿A favor de la vida y de la familia? ¿Quién puede estar en contra de esto? Si se refiere a la ley de matrimonio homosexual, o al aborto, entonces debemos descartar a todos los partidos que se presentan, menos a uno o dos quizás.
  4. Los obispos echamos de menos nuestros privilegios educativos. Pues quien quiera defenderlos, estupendo. Si metemos en una misma frase "tratar de construir artificialmente una sociedad sin referencias religiosas" y "un gran pacto de Estado sobre la base de la libertad de enseñanza y la educación de calidad" creo que el mensaje está bien claro. Yo particularmente creo que el tema de la educación es demasiado serio como para reducirlo a un punto dentro de una carta episcopal y desde luego no creo que el sentido de mi voto vaya a ayudar a recuperar los años perdidos en educación.
  5. Terrorismo malo. De acuerdo, pero vamos a empezar por la viga en el ojo vasco. ¿Pues no fue un pastor irlandés el que vino a mediar entre tirios y troyanos?
  6. Hay que evitar los riesgos de manipulación de la verdad histórica y de la opinión pública en favor de pretensiones particularistas o reivindicaciones ideológicas. Totalmente de acuerdo. A ver si de una vez nos reconciliamos todos con nuestro pasado, pero... ¿qué tiene esto que ver con mi voto?
  7. ¡Justicia social! ¡Esa es mi iglesia, pues claro que sí! Ya lo he entendido: es complicao, pero estos señores lo han apuntado al final: ¡están haciendo campaña, nada menos que por Solidaridad y Autogestión Internacionalista!
¡Menuda alegría me acabo de llevar! Me imagino a Rouco de paseo por el Retiro, cuando de repente se presenta un ángel y le pregunta "¿Quo vadis, Antonio María?" y él que responde, arrebatado, "Vengo de la parroquia de Santa Elena, mi buen ángel, de preparar el año Mariano, y voy sopesando responsablemente el sentido de mi voto para el 9 de Marzo". El ángel sentenció: "dijo el Señor: por sus actos los reconoceréis".

Para muchos católicos, las que vienen no son unas elecciones cualquiera. Impera la sensación de que hay que acogerse al mal menor - esa artimaña de pasteleros de la moral - para justificar cualquier postura contra el malvado ZP, pero la Iglesia es sabia y valiente y ha dejado el camino marcado a sus fieles con suma claridad.

El que tenga oídos para oír, que oiga.

PD: vaya esta sátira desde el cariño y el respeto, pues a mí, como a mucha gente, la iglesia nos duele por los cuatro costados. Al margen de lo que he dicho, espero que la nota de los obispos al menos mueva a la gente a reflexionar sobre el sentido de su voto, y espero que este artículo sirva a algunos católicos para saber que hay partidos de defienden punto por punto esta instrucción, y desde luego el PP no está entre ellos.