Vengo observando en los medios digitales que suelo leer un cambio en el discurso. En algunos periodistas, este matiz ya se estaba dejando ver aún antes de las elecciones, pero la sensación general se ha acrecentado a raíz del 9 de Marzo, o quizás como consecuencia de la tangana interna del PP.
La cuestión es que las denuncias de las carencias de nuestro sistema político se han disparado en los medios. Se cuestiona la democracia interna de los partidos, se critica abiertamente la injerencia de los políticos en el poder judicial, se ha criticado el sistema electoral (incluso en el País) y algunos incluso han apelado a las bases: a los ciudadanos - cuando hablamos del gobierno de todos - y a las bases - cuando hablamos sólo de los partidos.
No creo que a ningún periodista se haya caído del guindo a estas alturas. Son muchos los que saben reconocer los errores estructurales de nuestro sistema y aún con eso deciden dar su apoyo a programas políticos tan sectarios e insuficientes como el que analizaba el otro día del PSOE, o como el del PP, que está demostrando por la vía de los hechos cómo interpreta y facilita el derecho de los ciudadanos a participar en la vida pública a través de los partidos. Aún así, ¿se les puede dar un voto de confianza? A lo mejor la primavera les ha removido la sangre y les ha recordado sus días de ilusa juventud, cuando todavía creían en algo. A lo mejor han salido a la calle y una mirada les ha conmovido, recordándoles lo que vale la dignidad humana, el valor de la justicia o el tesoro de una conciencia limpia. A lo mejor, en el huerto de los periodistas que han estado sembrando partidismo se han sucedido las siete plagas y algunos empiezan a temer que la cosecha se les vaya al traste junto con la carrera o la mamandurria, que a veces son una misma cosa. Igual lo que pasa es que, con el comienzo de la legislatura, se han repartido otra vez las cartas y los que están en la partida están haciéndose señas a la espera de que empiece el juego de verdad.
La gente no es tonta: todo el mundo sabía antes de las elecciones que Rajoy era más moderno que Aznar porque era digital; todo el mundo sabía que Zapatero era un pérfido que se aupó en la Secretaría General del PSOE gracias al apoyo de un señor que a día de hoy ni siquiera tiene el grado de simpatizante de la cosa. Todo el mundo era consciente del vacío de sus bolsillos antes incluso de que los agoreros vinieran a contarnos que la cosa estaba mal, antes por supuesto de que Long John Solbes viniera a contarnos, lorito al hombro, que la cosa iba viento en popa, a costa de un buenazo llamado Pizarro.
Pizarro. Ése sí que parece haberse caído del guindo. A primera vista, ha sido el primer español de la era Zapatero en someterse a un tratamiento de realismo partidista a base de carne cruda y culebras, pero en realidad Don Manuel no es sino el primus inter pares de todos los demás españolitos que han apoyado - de obra o de palabra, a un lado y al otro del espectro - a los políticos. Efectivamente, no hace falta más que ver a nuestro alrededor para observar cómo se han disuelto los problemas y los traumas que hacían rugir las radios y arder los platós de televisión: ahora parece que a nadie le importa la negociación terrorista, los estatutos o educación para la ciudadanía. De algún modo, se ha aceptado además la tesis maniquea de que el PP es, por defecto, el causante de todos los problemas de este país, que no sabe perder elecciones (cosa preocupante, si tenemos en cuenta que la cosa va PP 2 - PSOE - 6), que es un partido avinagrao y que no debería haberse juntado con los trolls de las cavernas. En conclusión: este país se divide en primus y caprus, y es costumbre del lugar que los segundos seduzcan a los primeros con el néctar del poder para luego darles a beber cicuta a golpe de "déjeme que le dé un consejo: no se meta usted en política".
Pero hablemos de la línea editorial: ahora lo que importa es hablar seriamente de economía y pedir regeneración democrática. A primera vista, a alguien como yo, que ya en el 2003 participó en la redacción de una propuesta para el PP que pedía justamente eso, debería ser como un sueño hecho realidad. Pero no es así: no lo es, por la misma razón por la que quienes fueron jóvenes comunistas ahora son locutores de ultraderecha, por la misma razón por la que jóvenes falangistas fueron luego ideólogos del progresismo, por la misma razón por la que jóvenes trepas son ahora viejos lobos con los labios curtidos de besar posaderas oficiales: porque la política es un farol inmenso, un mundo de canallas y arpías, hecho de sangre y veneno, que cautiva nuestra imaginación, doblega nuestro sentido común y controla nuestro pulso de un modo que nos supera, pero no por eso es menos peligroso y, sobre todo, menos falso.
No puedo confiar en el nuevo discurso de la prensa, no porque no me gusten sus palabras, sino porque sólo veo palabras para rellenar editoriales y columnas. No puedo confiar, porque no estoy seguro de que mañana, si cambiara el viento, no cambiaran igualmente las palabras. Me parece estupendo que la prensa denuncie las carencias de nuestro sistema, pero no me sentiré saciado hasta que no vea que la prensa y toda la generación de políticos que nos jode las mañanas se hace el hara - kiri en favor de una nueva generación de gente preparada, intachable y libre de compromisos e incongruencias.
Sólo puedo confiar en esa gente que, renunciando al éxito y a una posición de influencia, ha decidido quedarse con las ropas de eremita y cuidar su humilde casa y su rebaño, porque ellos siempre han hablado con tranquilidad y sinceridad y no han venido a venderme nada. A ellos no les importa reconocerse como primos, porque todos los españoles llevamos a un primo dentro (y uno no sabe realmente cuánto hasta que se le planta delante un político - aunque sea de regional-) y, sobre todo, están cansados de los cambios de rumbo para nada y de las palabras que se las lleva el viento. Gente tan cansada de la hipocresía que están cansadas incluso de la propia palabra "hipocresía". Gente que está acostumbrada a que les pisen los arriates de vez en cuando, a que les copien ideas o a que les quiten el mérito, y aún así no les importa si es por una buena causa.
En cualquier caso, si hay españoles que, después de haber leído algún titular de estos nuevos tiempos, no sólo le ha dado la razón, sino que además le ha alabado el gusto a quien lo firma, espero de ellos que cultiven su sensibilidad, y que si es posible lo hagan en compañía, porque nos hace muchísima falta.
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