Un joven anónimo vuelve a casa después de un día agotador.
La aguja del depósito se acerca peligrosamente a la marca colorada, pero todavía no se ha encendido el piloto. Enfurecido, acelera el coche y sube la marcha; llega a cuarta por una carretera atestada de autobuses, ciclistas despistados y gente de vuelta del Ikea, bombeando estrés por la carótida. El semáforo se cierra ante sus narices y tiene que frenar el coche de un golpe. De repente, ocurre el milagro: la aguja se mueve hacia arriba, como si un galón de gasolina acabara de materializarse en el depósito casi vacío. Le recorre el cuerpo una sensación de alivio. El engaño ha tenido el efecto deseado; por un momento, llega a enajenarse de la realidad y acompaña con los dedos sobre el volante una canción machacona de la radio.
El semáforo se pone en verde, aprieta el acelerador y hace crujir la vieja caja de cambio. Desde fuera, un transeúnte ve cómo el coche responde con un lastimoso empuje y deja escapar un tosido por el tubo de escape, envuelto en virutas de humo gris venenoso. Otra vez la dichosa aguja se está precipitando al vacío. La angustia aparece de nuevo; no teme porque el coche se quede sin gasolina: teme porque, al llegar al siguiente semáforo, no tenga suficiente para su dosis de autoengaño.
Avanza a trompicones, increpando al señor que arrastra su coche a un ritmo senil delante suya. El muy cretino se ha dejado puestas las luces de emergencia y éstas le provocan descaradamente. Está atrapado en una marea de coches agitados, aporreando el claxon para apremiar al resto, como si fuera un chaman agitando los huesos para traer la lluvia. Las calles no son arterias: las calles son venas: llevan de vuelta los coches a sus hogares, cargados de veneno, moviéndose pesadamente por avenidas llenas de polvo y obras interminables, como heridas mal curadas de un cuerpo enfermo.
Una luz roja le devuelve a la realidad: es el piloto del depósito. Todavía está a tres manzanas de su casa, pero el coche aguantará. En su mente se mezclan ideas absurdas sobre conducción económica que cree haber leído alguna vez, quizás cuando se sacaba el carné. No sabe hasta qué punto recuerda las patochadas del manual o son invenciones propias, reflejo de una necesidad imperiosa de aparcar el coche y de que, al llegar la mañana siguiente, tenga al menos 10 euros y la gasolina suficiente para llegar al surtidor.
"Quedan unos días para cobrar. ¿De dónde voy a sacar el dinero?", se pregunta. Piensa: "Igual podrías coger el autobús, o ir a patas", pero enseguida descarta la idea y masculla. El cerebro se ríe a nuestra costa.
Qué difícil es desprenderse de las comodidades.
El trayecto se va terminando. Hace las últimas calles más tranquilo, observado por la luz roja del piloto. Casi no le importa: ha conseguido el propósito de llegar a casa un día más. Mañana será otra historia.
Carpe diem, siglo XXI. Suena como un poema de Quevedo.
Tocando tierra, caído con todas las promesas falsas, toda la arrogancia suspendida en engaños. Caído al suelo de rodillas, abandonado por todos.
Todos los que vamos con él lo vemos. Unos lo ven mal y otros lo ven peor. Lo que no vemos es que también nosotros estamos postrados ante la realidad. Quizás hoy nos sirva la excusa de la gasolina. Pero ¿cuánto tiempo más?
No se puede decir mucho más. La vida es muy dura y no se puede vivir eternamente del cuento. La culpa, desde luego, no es de los cuentistas, sino de quienes les dimos pábilo.
Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
¡mirad el ciego error en que he vivido!
Con mis aumentos proprios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.
Perdí, con el desprecio y la pobreza,
paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
fue en esclavitud de la riqueza.
Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.
Butzer Says:
Es esta forma de vivir la vida, la de agotarlo todo y mañana Dios dirá la que se está extendiendo como una plaga.
Y todo por una insacibilidad que nos desborda, siempre queremos más. Más de lo que necesitamos y podemos permitirnos.
Y lo mejor de todo es que si se hunden ellos...nos hundiremos todos. Puesto que su "carpe diem" nos compromete a todo el mundo.
Saludos.
Posted on 6 de abril de 2008, 13:48
manulissen Says:
Es cierto, Butzer. A mí personalmente lo que me quema es ver que carezco de autoridad para reprochar a los políticos por su comportamiento, cuando yo también puedo ser el protagonista del cuento.
Un saludo.
Posted on 6 de abril de 2008, 14:08
Pocomancha Says:
Hoy comienza la huelga de transportes de viajeros en la provincia de Toledo, servicios mínimos hasta no sabemos cuándo. Y Bermejo crecidito por un acuerdo que han respaldado los traidores de UGT y CCOO, cómo lloraban los representantes de los funcionarios de justicia por la traición... Y al final piensas, todo esfuerzo y toda lucha ¿para qué? si hay otros que deshacen nuestros deseos...
Posted on 7 de abril de 2008, 10:15
manulissen Says:
Porque debe quedar constancia, Si te dijera. Debe quedar constancia de que una vez uno un pueblo que se arriesgó a correr delante de los caballos en la esperanza de que sus hijos pudieran reunirse en la calle con seis amigos, en una esquina, a charlar tranquilamente del tiempo. Y debe quedar constancia de que cuatro politicastros con tiempo libre y muy pocas luces, so pretexto de evitar el botellón, firmaron un edicto que de facto anula ese derecho, pero, como lo promueve "el Partido", ninguno de sus perros se lanza a la calle a ladrar.
Debe quedar constancia de la injusticia cometida con los funcionarios y debe quedar constancia de lo que han hecho estos paniaguaos, para que así llegue el día en que los hechos nos pongan a cada uno en nuestro sitio.
Si han conseguido reducirnos a ovejas es porque nos han robado la memoria a corto plazo.
Tú me preguntas: "¿Para qué?" Pues yo creo que para que algún día haya justicia.
Ánimo.
Posted on 7 de abril de 2008, 11:22