Especulaciones sobre el sistema electoral. Principios.

Dándole vueltas al último artículo de mi estimado compañero Luis Alonso Quijano, he llegado yo mismo a dudar de algunas ideas que consideraba intocables sobre la organización del sistema electoral. De repente, se me ha ocurrido que igual merecía la pena ponerlo por escrito, a ver si alguien les ve sentido a estas divagaciones mías. El papel lo aguanta todo, así que estén sobre aviso de lo que viene a continuación.

Empecemos por el principio: ¿Qué es un sistema electoral? La definición fetén nos la da la wikipedia: el conjunto de principios, normas, reglas y procedimientos técnicos enlazados entre sí -y legalmente establecidos- por medio de los cuales los electores expresan su voluntad política en votos que a su vez se convierten en escaños o poder público.

  • Los principios del sistema electoral definen las condiciones generales del mismo: quiénes pueden votar, quiénes pueden ser elegidos, cómo es el voto.
  • Lar normas definen los procedimientos a seguir y las reglas a las que deben atenerse actores y procesos que participen en el sistema electoral. Hay normas para ser candidato, normas que definen un censo electoral, otras que definen cómo debe ser un colegio electoral, cómo se organiza una campaña...
  • Las reglas definen los medios de control jurídico del proceso, que sirven para resolver conflictos y disputas, así como imponer sanciones, llegado el caso.
  • Los procedimientos técnicos permiten, de acuerdo con las normas y dentro de los principios establecidos, convertir los votos en representantes públicos.
Hasta aquí la teoría que nos interesa. A partir de este punto, debemos preguntarnos: ¿qué votamos? Resulta, por lo pronto, que no se puede concebir un sistema electoral separado de su gobierno. Todo gobierno democrático que se precie se organiza de acuerdo con un sistema electoral justo porque, al fin y al cabo, un sistema es sólo una manera de convertir votos en legitimidad. Si todo gobierno tiene sus facetas - al menos, la ejecutiva, la legislativa y la judicial - cada una de ellas debe organizar sus cargos de acuerdo a un sistema electoral. En España, asumimos que el sistema electoral es el que dice cómo se organizan el Parlamento y el Senado, pero también hay un sistema para elegir al poder ejecutivo y otro para formar la cúpula del Poder Judicial.

Si nos planteamos reformar este sistema, podemos hacerlo ciñéndonos a las convenciones clásicas (debe ser mayoritario / debe ser proporcional) o podemos aventurarnos a hacer una propuesta que rompa con las limitaciones que daban lugar a esa clase de disputas. No estoy diciendo nada trasgresor; sólo estoy invitando a aprovechar al máximo el repertorio de variables que definen un sistema electoral.

De principio, queremos un sistema electoral democrático. Para ello, debe estar dotado de sufragio universal, libre, personal e intransferible. Además, debe estar asegurada la separación e independencia de poderes, lo que significa que debe existir una elección por cada unidad de poder ejecutiva, legislativa y judicial. Ahora bien, ¿quién decide la organización jerárquica de los tres poderes? Esto es: ¿Quién reparte las atribuciones ejecutivas, legislativas y judiciales entre los ámbitos nacional, regional, provincial y local? Obviamente, debe hacerlo la Constitución. Por lo tanto, nuestro sistema electoral tiene que ser igualmente válido con independencia de esa estratificación del poder e, incluso, de que ésta sea sea susceptible de modificarse.

Se plantea la cuestión de quién puede presentarse a las diferentes elecciones y tenemos que empezar a tomar decisiones: si alguien quiere ocupar un cargo en el poder judicial, se entiende que debe cumplir una serie de requisitos, lo que no ocurre si quiere ser alcalde o diputado por su provincia. ¿Es apropiado exigir unos mínimos? Personalmente considero que sí, aunque con ciertas prevenciones. Los romanos tuvieron un sistema, llamado cursus honorum, que regulaba la carrera pública durante la república. Aunque fue mutando a lo largo de los años y, en ocasiones, fue manipulado desde el poder en su propio beneficio, el cursus establecía condiciones que, incluso hoy en día, podrían parecernos sensatas y adecuadas. Entre ellas, por ejemplo, que la carrera política tenía que empezarse desde el peldaño más bajo para llegar al más alto. Es cierto que un abuso de la regulación podría cerrar el ejercicio de la política a determinadas personas o dejarlo en manos de las oligarquías, pero una regulación ambigua y partidaria -como la actual-demuestra que la falta de exigencia y de ordenamiento se traduce en una pobre calidad del servicio público y, por extensión, afecta a la vocación y a la valoración social de la política.

Cerrando el capítulo de los principios, tenemos que discutir si es oportuno que los ciudadanos participemos en todos los procesos electorales o, por el contrario, es mejor que algunos procedimientos se den al margen del pueblo. En España, por ejemplo, no se convocan elecciones para nombrar a los jueces del Tribunal Constitucional, ni tampoco - aunque parezca lo contrario - para elegir al Presidente. Es cierto que hay una correlación entre la composición del Parlamento y el candidato investido, pero lo que hacemos al depositar nuestro voto es darle nuestro apoyo a la lista de candidatos a Cortes que se presenta en nuestro distrito electoral. ¿Estamos de acuerdo con esa mezcla de poderes? ¿Nos parece bien, por ejemplo, que el Poder Judicial se ordene de espaldas a los ciudadanos? Yo opino que no hay argumentos en contra de una elección popular para cada poder. En el caso del judicial, nuestro sistema actual demuestra que, sin la intervención del pueblo, ya hay jueces populistas y jueces que promocionan no por sus méritos profesionales sino por sus simpatías y filiaciones, todo ello empeorado por el hecho de que, como todo queda en el terreno de los partidos, la preocupación por la calidad de la justicia sólo se toma en serio cuando los fallos del sistema provocan la ira del respetable, como hemos visto últimamente. ¿Un sistema electoral empeoraría todo eso?

Procedimientos simplitos... para gente simplita. ¿Eso es lo que queremos? Si los ciudadanos no empezamos a tratarnos a nosotros mismos como gente madura, capaz de reflexionar y de hacer valer nuestro criterio cuantas veces se nos pida que vayamos a las urnas... no va a hacerlo nadie por nosotros.

Para la democracia, siempre será mejor un sistema electoral que defina claramente quién, dónde, cuándo, cómo y qué podemos elegir, que abra la participación a todos los ciudadanos, que organice los poderes públicos desde el ciudadano
y que esté bien complementado con leyes que aseguren la higiene y la salud de la política que un sistema electoral "clásico" que, dentro de los parámetros tradicionales, se centre en resolver de un modo adecuado el problema de la representación y la representatividad, porque las circunstancias cambian, los ciudadanos se aburren, se cansan y se desentienden, los políticos se corrompen y, a la larga, todos los sistemas electorales se hacen viejos, pero la democracia necesita que la mantengan fresca, o se convierte en lo que tenemos en nuestro país.

Queda en el aire la pregunta: ¿Y qué clase de sistema electoral puede mejorar lo anterior?

El próximo día trataré de responder.