Hace ocho años que buceo en diferentes ambientes políticos de la red y la sensación de cabreo general que noto a mi alrededor no la había visto jamás. Es cierto que uno se explaya en la Red y que se permite decir cosas que no diría normalmente en una conversación personal, pero tengo el convencimiento de que no es el producto de la mala leche remansada, de viejas rencillas ni heridas mal curadas que se hayan acumulado a lo largo de estos años. Tampoco creo que sea debido al hundimiento económico del país: he observado que la gente con problemas tiene tendencia a afinar el ingenio y apretar los dientes; en definitiva, a dar valor a los pocos minutos en que puede aparcar su angustia para chapotear un rato.
Se me ha ocurrido pensar una tontería que necesito espantar de mi cabeza: A lo mejor es que estamos empezando a tomarnos en serio la política.
No. No puede ser. A estas alturas, no creo que muchos internautas españoles se lleven a engaño pensando que Internet es la solución a los problemas políticos del país. Todo lo contrario, creo que, haciendo gala de nuestras buenas costumbres, lo hemos convertido en un mentidero de categoría. A lo largo de la gran rambla digital, hemos ido montando nuestros corrillos y cenáculos. Aquí campamos, por igual, los vendedores ambulantes con sus huesos de santo, los funámbulos con sus espectáculos, los borrachos con su zigzagueante sombra, los de mala baba y los de buen corazón, mezclados y confundidos, los inocentes, los bocazas, los mentecatos, los ignorantes, los listos y los enterados... una gran sociedad de prohombres, al fin, que llevamos a cuestas nuestros pecados domésticos por esta alameda virtual. Sin embargo, no encontraremos a muchos dispuestos a solucionar esos problemas que levantan tantas ampollas y que generan tantos megabytes de discusiones peregrinas.
Todo esto viene a cuento de un artículo que leí el otro día en Ciudadanos en la Red y que decía lo siguiente:
La cosa no podía empezar mejor, así que me lancé a devorar el resto del artículo... para llevarme una pequeña decepción, que comienza con un cabreo palpitante:
Estoy de acuerdo con que la acción de los políticos ha pasado hace tiempo el grado de la estulticia y, en muchos sentidos, ha entrado en el de la perversión y el cinismo, pero no perdamos de vista el hecho de que los políticos no son una raza de alienígenas que nos subyuga, sino gente nacida en nuestros pueblos, que se gana la vida en la profesión más sucia y artera que la humanidad ha concebido. Pedirle a un político que no sea un canalla, en un país como España, es como pedirle a los Curie que se cuiden la salud: ambos manejan mierda muy peligrosa y es inevitable que acaben envenenándose por su culpa. Claro es que nadie le deseó ningún mal a la entrañable pareja de científicos y que, a pesar de las buenas intenciones, a veces no se puede reprimir el deseo de que éste o aquél se muerda la lengua, tropiece con una arruga de la moqueta, se dé un golpe en la frente al subirse al Audi o le sobrevenga una descomposición intestinal en mitad de una reverencia, pero la cosa no llega a mayores, porque, al fin y al cabo, todo esto es "por la guasa".
El interés deja paso al desconcierto al tiempo que la gracia se torna gravedad, porque, queriendo parecer serias, lo que transmiten las siguientes líneas, para mí, es ansiedad.
En primer lugar, no me parece que se pueda resumir la condición de los españoles en una frase, ni tampoco puedo estar de acuerdo en que la raíz de mi libertad ni mi igualdad esté en mi condición de tal. Por otra parte, que me someta a derechos y acepte obligaciones que enraizan en una ley refrendada (o no; nunca lo supe) por mis abuelos y que haya heredado un supuesto sentimiento de identidad imbricado en una historia que conozco (y mal) a retales, no me parece ni necesario ni suficiente para que tenga que soportar todo lo que está pasando en este país. Pero pienso más: ¿de verdad nace mi deseo de justicia y mi afán democrático de "ser español a secas"? ¿No podría darse el caso de que, siendo "español a secas", prefiriera una oligarquía corporativa o una dictadura paternalista? ¿No podría darse el caso de que siendo "un morito cualquiera" no tuviera más ganas de democracia y sed de justicia que uno nacido en Alcorcón? Todo esto es polémico y problemático de responder. Al mismísimo Platón le costó un libro entero responder a la pregunta "¿qué es la justicia?", así que esto es correr demasiado. Correr demasiado para acabar estampado, además, porque, si los políticos son un peligro indefinido para el futuro, ¿qué ponemos en su lugar? ¿Autómatas? ¿Tecnócratas?
Todo lo anterior, sin embargo, es el equivamente a un inoportuno hueso de aceituna rompiendo el solaz de una tertulia de mediodía. Habría pasado el enfado y las prisas por alto, si no fuera porque, a raíz de lo siguiente, creo haberme dado cuenta del origen de esta dinámica:
Es bonita la vocación de alcalde, pregonero, pancartista y bombero-torero, aunque reconozco que es una titulación difícil. Yo no tengo nada en contra de los que se meten por esas veredas, pero me da pena verlos caer uno tras otro en las mismas piedras.
Tiene sentido, desde un punto de vista escrictamente perezoso-mesiánico-economicista, pensar que hay una relación efectiva entre el "orgullo herido de español" y la obligación de organizarse para usar el voto con inteligencia, pero no se justifica en los hechos (indiscutibles, por otra parte), de que todo español de bien está jarto de los políticos y quiere un sistema político más justo. Más bien, nace de la "consigna" de que el derecho al voto es el "último bastión" y el "don más preciado". En ese punto, curiosamente, confluyen los intereses del político y del aprendiz de alcalde, pregonero, pancartista y bombero-torero, pues ambos experimentan con el voto la misma atracción lujuriosa que Don Juan Tenorio con los de su Doña Inés. Esa codicia por disponer del voto ajeno, tan propia de la partitocracia, es sólo comparable en intensidad con la indiferencia y el vacío al que deja paso el echo electoral: si no merecías un gobierno mentiroso, se lo cuentas a quien le interese, majete.
El voto, efectivamente, es un potencial de acción muy poderoso en manos del ciudadano. De hecho, articulado y procesado a través del complejo mecanismo electoral, es el origen de legitimidad de todo el sistema representativo, pero no es menos poderoso que cualquier otra primitiva inherente al ciudadano. En democracia, el sufragio no vale más que cualquier capacidad que emane de la irrebatable soberanía, que se puede canalizar en forma de dedicación, sacrificio, madurez, compromiso o civismo. Reconocer que sólo nos queda el voto es como decir que todo lo anterior está perdido o que no tiene valor.
Llegados a este punto, debemos preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí. La línea argumental de mi colega se resume en proponer un acuerdo sobre lo que somos los españoles, lo que queremos y cómo lo hacemos. Esencialmente, plantea que debemos mandar a la mierda a los políticos y para eso debemos organizarnos para votar porque es lo único que podemos hacer. Todo ello parece contradictorio porque, primero, toda opción electoral, instrumentalizada, beneficia a un político o un aspirante a tal y, segundo, nos metemos en un pantano si pensamos en cómo vamos a organizarnos, si damos por hecho que sólo nos queda la opción de votar. Eso de que "el camino se demuestra andando" es una perogrullada detrás de la que puede esconderse tanto una banalidad como una intención aviesa; casi mejor la ignoramos.
Dicho sea sin la menor acritud y con todo el cariño del mundo, veo en este ejercicio una manifestación de los "pecados capitales" que estamos cometiendo los ciudadanos y que son, en mi opinión, la raíz venenosa de tanta frustración y virulencia, en las ondas y en las calles.
Hay una componente política en la crisis que estamos viviendo y, por política, tiene por actores a la clase dirigente y a la clase dirigida. Es natural que la clase dirigida cargue sus tintas contra quien debiera dirigirla hacia buen puerto, pero es inútil mientras esa misma clase se comporte como un niño de teta respecto a sus libertades y deberes. Caer en la desgana, la instrumentalización, el ansia, la codicia, la soberbia y el enojo esel mejor método para perder el tiempo y hacérselo perder a los demás. Es el camino seguro a ninguna parte que siempre es el ejercicio del cotilleo y la palabrería en este solar patrio. Si estamos dispuestos a echar un ratillo en hacer el bien y traer la justicia a este perro país, tomémosnos en serio a nosotros mismos y lo que estamos haciendo.
Votar o no votar es una cuestión crucial en estos momentos, pero no es LA cuestión. Al menos para mí. Desde mi punto de vista, todos los derechos y deberes de los españoles nacen y mueren cada día y somos nosotros quienes debemos darles vida. Nadie va a venir a resolver nuestros problemas, ni a tenernos en cuenta, mientras nos conduzcamos sin espíritu ciudadano.
L uchemos cada día por ser más coherentes, no por ser más poderosos.
Se me ha ocurrido pensar una tontería que necesito espantar de mi cabeza: A lo mejor es que estamos empezando a tomarnos en serio la política.
No. No puede ser. A estas alturas, no creo que muchos internautas españoles se lleven a engaño pensando que Internet es la solución a los problemas políticos del país. Todo lo contrario, creo que, haciendo gala de nuestras buenas costumbres, lo hemos convertido en un mentidero de categoría. A lo largo de la gran rambla digital, hemos ido montando nuestros corrillos y cenáculos. Aquí campamos, por igual, los vendedores ambulantes con sus huesos de santo, los funámbulos con sus espectáculos, los borrachos con su zigzagueante sombra, los de mala baba y los de buen corazón, mezclados y confundidos, los inocentes, los bocazas, los mentecatos, los ignorantes, los listos y los enterados... una gran sociedad de prohombres, al fin, que llevamos a cuestas nuestros pecados domésticos por esta alameda virtual. Sin embargo, no encontraremos a muchos dispuestos a solucionar esos problemas que levantan tantas ampollas y que generan tantos megabytes de discusiones peregrinas.
Todo esto viene a cuento de un artículo que leí el otro día en Ciudadanos en la Red y que decía lo siguiente:
Ante la penuria que vivimos y las extravagancias que nos obsequian nuestros representantes públicos, sólo queda una alternativa: definirse.
La cosa no podía empezar mejor, así que me lancé a devorar el resto del artículo... para llevarme una pequeña decepción, que comienza con un cabreo palpitante:
Si los políticos han convertido la política en una mezquindad es su problema, el nuestro, el de los ciudadanos, es que su estupidez no arruine nuestra existencia. Para eso los españoles tenemos que ponernos de acuerdo en varias cosas, la primera en lo que somos, la segunda en lo que queremos, la tercera en como lo conseguimos.
Estoy de acuerdo con que la acción de los políticos ha pasado hace tiempo el grado de la estulticia y, en muchos sentidos, ha entrado en el de la perversión y el cinismo, pero no perdamos de vista el hecho de que los políticos no son una raza de alienígenas que nos subyuga, sino gente nacida en nuestros pueblos, que se gana la vida en la profesión más sucia y artera que la humanidad ha concebido. Pedirle a un político que no sea un canalla, en un país como España, es como pedirle a los Curie que se cuiden la salud: ambos manejan mierda muy peligrosa y es inevitable que acaben envenenándose por su culpa. Claro es que nadie le deseó ningún mal a la entrañable pareja de científicos y que, a pesar de las buenas intenciones, a veces no se puede reprimir el deseo de que éste o aquél se muerda la lengua, tropiece con una arruga de la moqueta, se dé un golpe en la frente al subirse al Audi o le sobrevenga una descomposición intestinal en mitad de una reverencia, pero la cosa no llega a mayores, porque, al fin y al cabo, todo esto es "por la guasa".
El interés deja paso al desconcierto al tiempo que la gracia se torna gravedad, porque, queriendo parecer serias, lo que transmiten las siguientes líneas, para mí, es ansiedad.
En cuanto a lo que somos, el factor común nos viene dado gracias a nuestra historia, y se actualiza en nuestra Constitución: somos españoles, a secas. Y sólo por eso tenemos libertad, igualdad, derechos, obligaciones, y la voluntad de aceptar exclusivamente un marco de juego democrático y justo. Todo lo demás es engaño.
La segunda está bien clara, que se vayan los políticos a la mierda, porque además de nefastos para nuestro presente, son un peligro indefinido para nuestro futuro.
En primer lugar, no me parece que se pueda resumir la condición de los españoles en una frase, ni tampoco puedo estar de acuerdo en que la raíz de mi libertad ni mi igualdad esté en mi condición de tal. Por otra parte, que me someta a derechos y acepte obligaciones que enraizan en una ley refrendada (o no; nunca lo supe) por mis abuelos y que haya heredado un supuesto sentimiento de identidad imbricado en una historia que conozco (y mal) a retales, no me parece ni necesario ni suficiente para que tenga que soportar todo lo que está pasando en este país. Pero pienso más: ¿de verdad nace mi deseo de justicia y mi afán democrático de "ser español a secas"? ¿No podría darse el caso de que, siendo "español a secas", prefiriera una oligarquía corporativa o una dictadura paternalista? ¿No podría darse el caso de que siendo "un morito cualquiera" no tuviera más ganas de democracia y sed de justicia que uno nacido en Alcorcón? Todo esto es polémico y problemático de responder. Al mismísimo Platón le costó un libro entero responder a la pregunta "¿qué es la justicia?", así que esto es correr demasiado. Correr demasiado para acabar estampado, además, porque, si los políticos son un peligro indefinido para el futuro, ¿qué ponemos en su lugar? ¿Autómatas? ¿Tecnócratas?
Todo lo anterior, sin embargo, es el equivamente a un inoportuno hueso de aceituna rompiendo el solaz de una tertulia de mediodía. Habría pasado el enfado y las prisas por alto, si no fuera porque, a raíz de lo siguiente, creo haberme dado cuenta del origen de esta dinámica:
Y la tercera se debe organizar, pero para comenzar vamos a ponernos en marcha, que el movimiento se demuestra andando, si lo único que nos queda de la democracia es el derecho al voto, utilicémoslo con inteligencia. No para cambiar las cosas, sino para cambiar el sistema, es decir, la realidad en que vivimos.
Es bonita la vocación de alcalde, pregonero, pancartista y bombero-torero, aunque reconozco que es una titulación difícil. Yo no tengo nada en contra de los que se meten por esas veredas, pero me da pena verlos caer uno tras otro en las mismas piedras.
Tiene sentido, desde un punto de vista escrictamente perezoso-mesiánico-economicista, pensar que hay una relación efectiva entre el "orgullo herido de español" y la obligación de organizarse para usar el voto con inteligencia, pero no se justifica en los hechos (indiscutibles, por otra parte), de que todo español de bien está jarto de los políticos y quiere un sistema político más justo. Más bien, nace de la "consigna" de que el derecho al voto es el "último bastión" y el "don más preciado". En ese punto, curiosamente, confluyen los intereses del político y del aprendiz de alcalde, pregonero, pancartista y bombero-torero, pues ambos experimentan con el voto la misma atracción lujuriosa que Don Juan Tenorio con los de su Doña Inés. Esa codicia por disponer del voto ajeno, tan propia de la partitocracia, es sólo comparable en intensidad con la indiferencia y el vacío al que deja paso el echo electoral: si no merecías un gobierno mentiroso, se lo cuentas a quien le interese, majete.
El voto, efectivamente, es un potencial de acción muy poderoso en manos del ciudadano. De hecho, articulado y procesado a través del complejo mecanismo electoral, es el origen de legitimidad de todo el sistema representativo, pero no es menos poderoso que cualquier otra primitiva inherente al ciudadano. En democracia, el sufragio no vale más que cualquier capacidad que emane de la irrebatable soberanía, que se puede canalizar en forma de dedicación, sacrificio, madurez, compromiso o civismo. Reconocer que sólo nos queda el voto es como decir que todo lo anterior está perdido o que no tiene valor.
Llegados a este punto, debemos preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí. La línea argumental de mi colega se resume en proponer un acuerdo sobre lo que somos los españoles, lo que queremos y cómo lo hacemos. Esencialmente, plantea que debemos mandar a la mierda a los políticos y para eso debemos organizarnos para votar porque es lo único que podemos hacer. Todo ello parece contradictorio porque, primero, toda opción electoral, instrumentalizada, beneficia a un político o un aspirante a tal y, segundo, nos metemos en un pantano si pensamos en cómo vamos a organizarnos, si damos por hecho que sólo nos queda la opción de votar. Eso de que "el camino se demuestra andando" es una perogrullada detrás de la que puede esconderse tanto una banalidad como una intención aviesa; casi mejor la ignoramos.
Dicho sea sin la menor acritud y con todo el cariño del mundo, veo en este ejercicio una manifestación de los "pecados capitales" que estamos cometiendo los ciudadanos y que son, en mi opinión, la raíz venenosa de tanta frustración y virulencia, en las ondas y en las calles.
Hay una componente política en la crisis que estamos viviendo y, por política, tiene por actores a la clase dirigente y a la clase dirigida. Es natural que la clase dirigida cargue sus tintas contra quien debiera dirigirla hacia buen puerto, pero es inútil mientras esa misma clase se comporte como un niño de teta respecto a sus libertades y deberes. Caer en la desgana, la instrumentalización, el ansia, la codicia, la soberbia y el enojo es
Votar o no votar es una cuestión crucial en estos momentos, pero no es LA cuestión. Al menos para mí.
L
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Concha Says:
Me gusta mucho el nuevo aspecto de tu blog, enhorabuena ;-). En cuanto al artículo, tienes razón. Lo cierto es que despotricamos en internet para quedarnos a gusto pero luego no hacemos nada por cambiar lo que no nos gusta. Con lo cual, la conclusión es que no hay que hacer mucho caso del cabreo general porque en cuanto esto se vaya resolviendo, se pasará. No hay que tomarse mucho a pecho lo que contamos todos, sino envejeceríamos por momentos, lo único que hay que hacer es actuar, ¿cómo?, no lo sé, pero sí sé que aquí sentados enfrene del ordenador no se arregla el mundo.
Una gran entrada.
Saludos.
Posted on 12 de mayo de 2009, 18:36
manulissen Says:
Muchas gracias por el comentario, Concha.
Estoy de acuerdo con lo que dices. Creo, sin embargo, que no se trata de "actuar" porque sí, sino "conseguir" unos objetivos. Para eso hay que organizarse y poner en claro qué es lo que se quiere. Pero para eso hace falta parar un momentito y pararse a pensar, discutir... trabajar, en definitiva.
Un saludo y gracias.
Posted on 22 de mayo de 2009, 20:14