Creo que la inmensa mayoría de los andaluces reconoce sin complejos el avance experimentado por Andalucía en todos estos años y está tan lejos del catastrofismo y el tópico como del conformismo y la complacencia. Ni lo uno ni lo otro encontrarán en mí como candidato, ni en mí como Presidente, si merezco la confianza de esta Cámara.
José Antonio Griñán
Los andaluces estamos de enhorabuena por el nombramiento de nuestro nuevo presidente autonómico, José Antonio Griñán, así como por la designación - hoy mismo - de las personas que compondrán junto a él nuestro gobierno.
La película de los acontecimientos va tan deprisa que cuesta recordar que hace quince días estuviéramos de Semana Santa y que el que fuera nuestro presidente autonómico durante dos décadas se despidiera de nosotros con un parco mensaje paternalista ("dejo Andalucía en buenas manos"), oligárquico ("le recuerdo que los presidentes los eligen los parlamentos") y servil ("Mi partido no siente vértigo por la sucesión, el que siente vértigo soy yo"). Pero no importa. Total, como no contamos para elegir presidentes ni somos las manos que van a levantar esta tierra de la crisis, lo que nos corresponde es actuar como lo que se espera de nosotros. A rey muerto, rey puesto y arreando, que la semana que viene es Feria.
A propósito del nuevo rey, la prensa ya se ha encargado de glosar sus virtudes y de sacar punta al acontecimiento singular que estamos viviendo y que está pasando de puntillas por la opinión pública (quizás porque ya hemos perdido la sensibilidad frente a todo lo que venga de la política). Hablando en serio, no quiero juzgar a este hombre, ni negarle el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, José Antonio Griñán es sólo una marioneta del poder; para unos, ocupa un puesto de reemplazo y, para otros, de transición... en cualquier caso, ocupa un puesto del partido. Partiendo de la base de que no es un presidente al uso, que haya ganado unas elecciones ni se haya sometido al juicio del sufragio universal, lo que tenga de bueno este nuestro flamante presidente, tendrá tiempo para demostrarlo. Lo que tiene de malo ya lo sabemos todos y, por lo visto, no le quita el sueño a nadie.
Así es Andalucía (así somos los andaluces). Después de 25 años, es imposible decir dónde empiezan las instituciones y dónde acaba el PSOE, como es imposible calcular el coste de reemplazo que supondría un cambio del signo político en la mayoría parlamentaria (suponiendo que tal cosa fuera posible). Andalucía es y será el PSOE por mucho tiempo, y en esa realidad terrenal - casi atemporal -, en este Camelot progresí, el rey Griñán ha sido aupado por un antojo del guión, una trampa del destino llamada "crisis". Este trileo de nombres y cargos que ha hecho presidente a José Antonio es - hay que reconocerlo - una jugada política maestra. Lo es porque, a pesar de dejar al descubierto las tripas de la partitocracia, José Antonio Griñán es presidente por un trampantojo y los andaluces sólo quedamos para celebrarlo. Qué andaluz, al cabo de 19 años de Chaves, no siente un poco de alivio con su marcha.
En Andalucía vivimos en una singularidad de la partitocracia, llevada al extremo del virtuosismo burocrático y la exasperación civil. Como una especie de sublimación del sistema, vivimos en una epifanía cotidiana del progresismo cañí. Sin poder evitarlo, se ha ido decantando un espíritu de desinterés e inmadurez generalizado, al tiempo que se han ido drenando las iniciativas independientes, se han ridiculizado planteamientos libres y transversales y, al fin, todo ha sido posible con la anuencia del respetable.
Si hay algo de doloroso en toda esta triste historia es que Andalucía se ordena por un Estatuto que cuenta en términos absolutos con la confianza de 4 de cada 10 andaluces y será dirigida en tiempos de crisis por un hombre que, a pesar de sus buenas intenciones y su preparación, depende del Partido y no está obligado a servir a los andaluces porque no les debe su cargo, pero la masa social que legitima este régimen de cosas sigue siendo mayoritaria.
La película de los acontecimientos va tan deprisa que cuesta recordar que hace quince días estuviéramos de Semana Santa y que el que fuera nuestro presidente autonómico durante dos décadas se despidiera de nosotros con un parco mensaje paternalista ("dejo Andalucía en buenas manos"), oligárquico ("le recuerdo que los presidentes los eligen los parlamentos") y servil ("Mi partido no siente vértigo por la sucesión, el que siente vértigo soy yo"). Pero no importa. Total, como no contamos para elegir presidentes ni somos las manos que van a levantar esta tierra de la crisis, lo que nos corresponde es actuar como lo que se espera de nosotros. A rey muerto, rey puesto y arreando, que la semana que viene es Feria.
A propósito del nuevo rey, la prensa ya se ha encargado de glosar sus virtudes y de sacar punta al acontecimiento singular que estamos viviendo y que está pasando de puntillas por la opinión pública (quizás porque ya hemos perdido la sensibilidad frente a todo lo que venga de la política). Hablando en serio, no quiero juzgar a este hombre, ni negarle el beneficio de la duda. Al fin y al cabo, José Antonio Griñán es sólo una marioneta del poder; para unos, ocupa un puesto de reemplazo y, para otros, de transición... en cualquier caso, ocupa un puesto del partido. Partiendo de la base de que no es un presidente al uso, que haya ganado unas elecciones ni se haya sometido al juicio del sufragio universal, lo que tenga de bueno este nuestro flamante presidente, tendrá tiempo para demostrarlo. Lo que tiene de malo ya lo sabemos todos y, por lo visto, no le quita el sueño a nadie.
Así es Andalucía (así somos los andaluces). Después de 25 años, es imposible decir dónde empiezan las instituciones y dónde acaba el PSOE, como es imposible calcular el coste de reemplazo que supondría un cambio del signo político en la mayoría parlamentaria (suponiendo que tal cosa fuera posible). Andalucía es y será el PSOE por mucho tiempo, y en esa realidad terrenal - casi atemporal -, en este Camelot progresí, el rey Griñán ha sido aupado por un antojo del guión, una trampa del destino llamada "crisis". Este trileo de nombres y cargos que ha hecho presidente a José Antonio es - hay que reconocerlo - una jugada política maestra. Lo es porque, a pesar de dejar al descubierto las tripas de la partitocracia, José Antonio Griñán es presidente por un trampantojo y los andaluces sólo quedamos para celebrarlo. Qué andaluz, al cabo de 19 años de Chaves, no siente un poco de alivio con su marcha.
En Andalucía vivimos en una singularidad de la partitocracia, llevada al extremo del virtuosismo burocrático y la exasperación civil. Como una especie de sublimación del sistema, vivimos en una epifanía cotidiana del progresismo cañí. Sin poder evitarlo, se ha ido decantando un espíritu de desinterés e inmadurez generalizado, al tiempo que se han ido drenando las iniciativas independientes, se han ridiculizado planteamientos libres y transversales y, al fin, todo ha sido posible con la anuencia del respetable.
Si hay algo de doloroso en toda esta triste historia es que Andalucía se ordena por un Estatuto que cuenta en términos absolutos con la confianza de 4 de cada 10 andaluces y será dirigida en tiempos de crisis por un hombre que, a pesar de sus buenas intenciones y su preparación, depende del Partido y no está obligado a servir a los andaluces porque no les debe su cargo, pero la masa social que legitima este régimen de cosas sigue siendo mayoritaria.
Esta tarea de hacer que la percepción de Andalucía coincida con la realidad de nuestros ciudadanos exige que el protagonismo sea precisamente de ellos. La Junta de Andalucía es un instrumento al servicio de los hombres y mujeres de nuestra comunidad. De todos ellos y de todas ellas, porque mi gobierno, que lo será por, y con, el apoyo del partido socialista y que ha de encargarse de hacer efectivo su contrato electoral, gobernará para todos y pondrá siempre las instituciones de gobierno a su servicio. De los que votan socialista y de quienes no lo hacen.Faltaría más, José Antonio, rey de los andaluces.
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